Justicia Social:
Problematizar y resolver las desigualdades

Por PEDRO R. BENITEZ
-LIC. CS. POLÍTICAS UBA-

Vamos a comenzar estas palabras con una desmitificación, y con una invitación. La desmitificación tiene que ver con la identificación casi automática de la Justicia Social, al menos en nuestro país, con el Peronismo. Y la invitación tiene que ver con aquello que el concepto mismo de Justicia Social nos lleva a pensar. Aquello que hace que la Justicia Social sea concebible y buscada.

En primer lugar, existe el obstáculo de lo contemporáneo. La historia reciente muestra al peronismo como el movimiento artífice y cristalizador de la Justicia Social, y cuando no fue así, al menos ha sido el declamador. La intensidad de la historia reciente hace difícil sustraerse a los debates a favor y en contra y arrojan cierta niebla intelectual que impiden comprender el origen del concepto y los actores (individuales y colectivos) que lo han encarnado. 

Lo cierto es que la concepción de una justicia de carácter social está enraizada tanto en la Ilustración como en la Iglesia. Desde allí hasta nuestros días ha pasado por diferentes etapas de tratamiento hasta que se cristaliza como tema y como objetivo político en el siglo XIX gracias al surgimiento de los partidos y agrupaciones de la clase obrera en Europa. No quiero abrumar con datos históricos que no servirían para las intenciones del presente artículo, que no son más que plantar una semilla de inquietud que nos obligue a pensar las relaciones entre política y sociedad y entre Estado y articulación de intereses. Pero sirva, por ahora, mencionar su apropiación por el Partido Laborista inglés, el Partido Socialista francés y desde allí, de manera casi automática, hacia el Partido Socialista argentino fundado por Juan B. Justo y Alicia Moreau en 1896.

Aquí podemos detenernos un momento para reconocer el aporte de Alfredo Palacios y su concepto de “Nuevo Derecho” apologético de la democracia representativa y optimista hasta la ingenuidad en que el desarrollo democrático traería aparejada la consecución de nuevos derechos sociales para el trabajador, decantando más tarde o más temprano en un orden socialista. De allí su esperanza en lograr cada vez más bancas para legisladores socialistas, mientras los obreros crecían intelectual y materialmente mediante sus organizaciones sindicales y la socialización en ellas. Esto tiene un claro correlato con las ideas de la socialdemocracia europea que pensaba exactamente lo mismo. Es decir, la universalización del voto traería aparejada la participación obrera en elecciones y el voto mayoritario, por los partidos socialistas. Todo ello decantaría en una mayoría parlamentaria socialista que impulsaría la sanción de leyes obreras y la conformación de gobiernos con dicha orientación y, al fin y al cabo, gobiernos que lleven adelante la justicia social.

Llegados a este punto, podemos aventurarnos a la invitación formulada en el primer párrafo. Es decir, sobre qué nos obliga a reflexionar el concepto de justicia social. 

Podemos comenzar diciendo que la justicia social nace de la necesidad de demandar al Estado un curso de acción que resuelva algo que parece ser injusto. Desajustes que la carrera individual de acumulación de riquezas por parte de la nueva clase social encaramada en la cumbre de la sociedad europea del Siglo XVIII, no estaba en condiciones de resolver. No es extraño entonces, que la Ilustración haya planteado las teorías que obligarían al monarca a actuar para dar solución a las demandas del nuevo tipo de sociedad. Una sociedad muy desigual que ponía en peligro las bases liberales sobre las que el nuevo orden económico y social se estaba erigiendo. Es decir que el problema fundamental que intenta resolver es el de la desigualdad. Una desigualdad que no encuentra solución con la sola mención de que todos los hombres nacemos iguales y que estamos sometidos a las mismas leyes, ya que ésta declaración no resuelve la situación desfavorable en la que nacen algunos hombres y mujeres y que, de no mediar una acción positiva por parte del Estado, corre el peligro de acentuarse y perpetuarse. 

Por eso, no es casualidad que la Iglesia se haya dado su tiempo para reflexionar sobre el tema, particularmente a través de la orden Jesuita (la ilustración dentro de la Iglesia). Reflexión que sentó las bases de lo que se dio en llamar la Doctrina Social de la Iglesia y que concibe al hombre como ser social y no como un individuo en libertad de acción. Ser social que al unirse en comunidad con otros hombres conforman algo diferente que no es la sumatoria de individualidades, sino un nuevo cuerpo con nuevas necesidades, necesidades que necesitan ser vehiculizadas por un Estado que las satisfaga. Y es en un jesuita, Luigi Taparelli, donde encontramos la definición del término Justicia Social. Es el corolario de una larga tradición de discusiones sobre la sociedad por parte de la Iglesia y que van desde Santo Tomás de Aquino que retoma algunos preceptos aristotélicos, reformulándolos, puesto que Aristóteles solamente concebía la igualdad de los nacidos iguales, pasando por Tomás Moro y su aversión y desprecio por la propiedad privada, hasta llegar a la Doctrina Social de la Iglesia. 

A fin de cuentas, lo primero es la sociedad, o sea, el orden social que ha demostrado desde el origen y hasta hoy, serios problemas de desigualdad. A lo que diferentes corrientes de pensamiento, desde el liberalismo ilustrado, hasta la socialdemocracia y la Iglesia, han tratado de problematizar intelectualmente para darle solución, siempre dentro del marco social establecido. Es decir, no buscando una alteración revolucionaria del orden vigente, sino corrigiendo y mejorando, desde las reformas sociales, lo que conocemos actualmente. 

La alteración revolucionaria del orden vigente, por ejemplo, hacia una sociedad socialista, proviene de la idea de la inviabilidad e imposibilidad de la igualdad en el actual sistema. Si uno piensa que no va a ser posible el mejoramiento de la vida social, o que las clases en lo alto del poder y sus herramientas administrativas del Estado no van a permitirlo, el corolario sería un cambio radical del orden existente. Con matices entre sí, todas las ideas revolucionarias parten de dicha premisa. 

Sin embargo, aún en aquellos países en los que un sistema socialista o cercano a él, fuera implementado, el concepto de Justicia Social siguió siendo necesario para problematizar y proponer mejoras al orden establecido, habida cuenta de que los problemas no se resuelven reemplazando la desigualdad económica por la política, sino ampliando la participación de toda la sociedad tanto en términos económicos, como políticos. Es decir, creando igualdad. Cuba ha sido uno de esos casos de discusión relativamente exitosa de la Justicia Social en sentido amplio, obligando a lograr y aceptar por parte del Estado mayores niveles de participación ciudadana. 

Recién ahora vamos a mencionar al peronismo, y quizás pueda entenderse mejor su amplia base de sustentación social cimentada por generaciones y generaciones. Tiene que ver justamente con la articulación de las demandas sociales existentes hacia mayores niveles de igualdad. Que en caso de ser gobierno se cristalizan en decisiones políticas y en caso de no serlo, se cristalizan en demandas hacia el gobierno de turno, ganando niveles de igualdad, manteniéndolos o perdiendo menos de lo que originalmente se creía. Sirva como ejemplo las luchas sindicales durante gobiernos no peronistas como las de la CGT de Saúl Ubaldini durante el gobierno de Alfonsín, la de algunos grupos piqueteros desde el fin del menemismo en adelante, etc. 

El acierto de dicho movimiento incluye, además, la mirada multidimensional de la igualdad, no agotándose solamente en medidas positivas de redistribución de la renta y la mayor participación de los trabajadores (en sentido amplio) en la renta total, sino con medidas de igualdad ante la ley, como el matrimonio igualitario o la ley de identidad de género, y medidas de igualdad política, como el voto femenino o las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias. 

El peronismo, cuyo nombre correcto es Movimiento Nacional Justicialista y su partido el Partido Justicialista, toma su nombre del concepto de Justicia Social. Le quita aquellos elementos que obligaban a discutir el sistema económico y político que otrora tenía el socialismo para obtener como resultado la aplicación tangible de medidas de Justicia Social aquí y ahora. Preguntando menos por la viabilidad de una decisión que por los grados de igualdad que crea. Atrayendo a su órbita a cualquier cosmovisión o pensamiento del país y del mundo que entienda al hombre como ser social y a la igualdad como objetivo. 

El objetivo del presente artículo, como hemos dicho al principio, es invitar a pensarnos como parte de una sociedad, necesaria, contradictoria y desigual, pero fundamental para nuestro desarrollo, y a problematizar aquellos aspectos que todavía nos hacen desiguales para darles solución inmediata, sin esperar cambios de gobierno ni revoluciones a largo plazo, sino ya mismo.

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